Después de la Catedral de Santiago, hay un lugar que atrapa a todo aquel que llega: el Faro de Finisterre (o Fisterra, en gallego). Situado en el mítico “Fin del Mundo”, este rincón del Atlántico es mucho más que una postal espectacular. Para algunos peregrinos es el verdadero final del Camino de Santiago, ese momento en que uno deja de caminar hacia fuera y empieza a mirar hacia dentro.

El faro de Finisterre es una de las metas del Camino de Finisterre y Muxía
Un poco de historia
El Faro de Finisterre fue construido en 1853, en pleno corazón de la Costa da Morte, una zona tristemente conocida por sus numerosos naufragios, como el que ocurrió en el cercano Cementerio de los Ingleses, otro hito de la Costa da Morte. Este faro se convirtió en una necesidad urgente para proteger a los marineros que navegaban por estas aguas bravas y a menudo traicioneras.
Su torre octogonal, de aspecto robusto y elegante, se alza a unos 140 metros sobre el nivel del mar. En sus inicios, funcionaba con lámpara de aceite, pero con el paso del tiempo se fue modernizando. Tras diversas reformas, se electrificó con lámparas de incandescencia y pasó a emitir un destello cada cinco segundos, con un alcance de hasta 31 millas náuticas (57 km) en condiciones de visibilidad normales. Un faro con carácter, como el paisaje que lo rodea.

La bravura de la Costa da Morte exige un buen sistema de faros
Pero cuando la niebla se echaba sobre el cabo —algo muy habitual en esta zona—, la luz no era suficiente. Por eso, en 1889 se construyó un edificio anexo destinado a complementar al faro: la Sirena, conocida popularmente como “la vaca de Fisterra“, una sirena de niebla que emite dos sonidos potentes cada minuto, capaces de alcanzar hasta 25 millas náuticas (46 km). Su peculiar mugido ere inconfundible y servía para alertar a los barcos de la cercanía de la costa cuando la niebla lo ocultaba todo.
El conjunto arquitectónico se completa con un tercer edificio: el Semáforo. Se encuentra más alto que el propio faro y fue construido en 1879 con una finalidad muy concreta: emitir señales visuales para la marina de guerra. Todo el complejo respira historia, mar y leyenda. Y sigue cumpliendo su misión: guiar, proteger y emocionar.

El Camino de Finisterre es considerado el “Epílogo” de todos los caminos
¿Qué tienen este faro y el cabo Finisterre que tanto enamoran?
Para empezar, las vistas. No hay puesta de sol como la de Fisterra. El horizonte se convierte en un espectáculo lento y silencioso, en el que el sol se hunde en el mar y el mundo parece quedarse en pausa. Sentarse entre las rocas de granito, con el viento en la cara, es una experiencia casi mística.
Y luego está el entorno: el faro se encuentra sobre el Monte Facho, rodeado de acantilados que cortan la respiración y envuelto en leyendas celtas y romanas. Dicen que aquí existía un altar al sol, el Ara Solis, donde se celebraban rituales ancestrales. Sea o no cierto, el lugar tiene algo que se siente.
Además, es un lugar bien dotado de servicios. Actualmente cuenta con zona de aparcamiento (respeta las plazas de autobús si no quieres una multa), una pequeña tienda de souvenirs con artículos relacionados con el Camino y la Costa da Morte, baños públicos, e incluso un bar-restaurante con vistas al océano. Y si quieres quedarte a dormir, hay un hotel con encanto ideal para pasar la noche bajo las estrellas y despertarse frente al Atlántico. Además, la zona está repleta de placas conmemorativas, como la que recuerda la visita al lugar en el año 2008 del Premio Nobel Stephen Hawking.

Peregrino reflexionando en el cabo Finisterre, viendo la puesta de sol
Las tradiciones de los peregrinos
Muchos llegan hasta aquí tras recorrer el Camino de Santiago de Finisterre, ampliando tal vez cualquiera de las rutas jacobeas al llegar a Santiago de Compostela. Y aunque oficialmente el Camino termina en la Tumba del Apóstol, el corazón pide un poco más, y por ello a esta ruta también se le denomina “Epílogo del Camino de Santiago”.
Este tramo final hacia Fisterra atraviesa paisajes rurales, pueblos tranquilos y senderos que invitan a una última reflexión. El Camino puede finalizar en el faro o continuar uno o dos días más hasta Muxía, donde el Santuario da Barca y el mar golpeando con fuerza las rocas marcan otro final posible, también cargado de simbolismo.
Antiguamente era habitual quemar una prenda de ropa como símbolo de renovación, pero hoy en día está totalmente prohibido (y por buenas razones, al ser un área natural protegida). Lo que sigue vigente es el acto de contemplar. Dejar una piedra, escribir una reflexión, o simplemente quedarse quieto mirando el mar. Es un lugar para cerrar ciclos, y por supuesto, no olvides conseguir tu Finisterrana, el documento que certifica haber llegado hasta aquí.
Además del Camino de Santiago, Fisterra es también la meta y final del Camiño dos Faros, una ruta espectacular que recorre la Costa da Morte de faro en faro. Son unos 200 kilómetros de naturaleza salvaje, playas infinitas, pueblos marineros y acantilados vertiginosos. Es menos conocida que el Camino, pero para muchos aún más mágica.

La Finisterrana, a la derecha, es el certificado expedido al completar el Camino de Finisterre
El Faro de Fisterra no necesita fuegos artificiales ni palabras rimbombantes. Tiene lo que tienen los lugares especiales: una mezcla de belleza, historia y emoción. Quienes terminan esta travesía en el faro lo hacen agotados, felices y con los ojos llenos de emoción. Y no es para menos: llegar aquí es conquistar una tierra antigua, salvaje y luminosa. Da igual si vienes caminando, en coche o con mochila al hombro. Cuando llegues, entenderás por qué tanta gente habla de este rincón como si fuera el final del mundo… o el principio de algo nuevo.



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