Hay lugares que no necesitan hacer ruido para quedarse con uno. Somport es uno de ellos. Un puerto de montaña, sí, pero también una frontera antigua, una grieta luminosa entre dos países, un umbral que lleva siglos enseñando a la gente cómo se cruza una cordillera y, de paso, cómo se atraviesa una historia. Situado en torno a los 1.640 metros de altitud, es uno de los grandes pasos naturales de los Pirineos centrales y una de las pocas rutas que suelen permanecer accesibles buena parte del año.
Quien llega hasta aquí —por carretera, en silencio, mientras el bosque se va cerrando— siente que algo cambia. No es solo la altitud ni la nieve temprana. Es la certeza de que este paso fue durante siglos la principal puerta pirenaica del sur de Europa. A un lado se abre el valle del Aragón, en Aragón; al otro, el valle del Aspe, en el corazón del Pirineo bearnés. Antes que los peregrinos, antes incluso que los reyes y las leyendas, estuvieron los romanos, que llamaron a este lugar Summus Portus: el puerto más alto, el puerto que lo decía todo.

Somport nevado
Somport, una frontera que se ha cruzado muchas veces
En Somport la historia camina lenta, como si le costara avanzar con el mismo desnivel que al viajero. En la Edad Media, miles de peregrinos entraban por aquí siguiendo la Vía Tolosana, que llegaba desde Arlés. Cruzaban el puerto entre nieblas y nieve, descendían hacia el valle del Aragón y dejaban tras de sí una estela de idiomas, miedos, oraciones y ampollas. Algunos buscaban milagros, otros absolución. Todos buscaban llegar.
Durante siglos funcionó el Hospital de Santa Cristina, uno de los centros de atención al peregrino más importantes de Europa. Hoy apenas quedan restos físicos, pero persiste la idea: alguien abrió camino aquí para que otros no caminaran solos. Desde el puerto, un sencillo sendero desciende hacia las ruinas, recordando al caminante que esta frontera fue, durante mucho tiempo, una puerta de entrada a la Cristiandad para quienes venían del norte.
Y es que Somport nunca ha sido únicamente un lugar de paso. Es también un lugar donde uno se detiene a mirar. A respirar. A entender por qué este corredor natural fue codiciado por comerciantes, reyes, pastores y viajeros. Aquí se cruzaban mercancías, noticias y lenguas mucho antes de que existieran los mapas turísticos. Y es que la montaña tiene memoria.
Una naturaleza que manda
Quien sube un día despejado entiende que Somport se parece a un anfiteatro natural. Bosques espesos en las laderas francesas. Praderas que se abren hacia la vertiente española. Un viento de alta montaña que acaricia y corta al mismo tiempo. Y un silencio limpio que solo se escucha a estas altitudes.
Aquí la montaña no es fondo: es protagonista. Rebecos al amanecer, marmotas vigilantes en las rocas, rapaces que trazan círculos amplios sobre los valles. Agua que corre transparente. Rocas que cuentan siglos. El valle del Aspe, hacia el lado francés, forma parte de un gran corredor natural donde picos, bosques y barrancos conservan una biodiversidad pirenaica especialmente rica, mientras que hacia el lado español el valle del Aragón se abre paso hacia Jaca entre cumbres, fuertes y estaciones de montaña.
En invierno, una mano blanca cubre todo. Los caminos desaparecen bajo la nieve y el paisaje se ralentiza, como si el tiempo necesitara descansar. Alrededor del puerto funciona un espacio nórdico con circuitos de esquí de fondo y recorridos para raquetas que serpentean entre bosques y claros, pensado tanto para debutantes como para quienes buscan largas travesías invernales. Cuando la nieve se retira, las mismas lomas se convierten en un terreno amable para paseos, rutas de senderismo y actividades de naturaleza para todas las edades.
En verano, los colores cambian: verdes intensos, flores diminutas que resisten las alturas, un cielo que parece más cerca. Las antiguas pistas se transforman en caminos fáciles que permiten descubrir el paisaje pirenaico sin necesidad de ser montañero experto, y el puerto se convierte en un mirador privilegiado sobre dos valles, dos países y una misma cordillera.

Somport en temporada estival
Somport y el Camino: una historia compartida
Somport es el inicio del Camino Aragonés, pero no necesita ser explicado en etapas. Aquí el Camino de Santiago no es solo un itinerario: es también un eco. Uno piensa en los peregrinos medievales, en la dureza del clima, en los pasos perdidos bajo una ventisca. Piensa también en lo que significa empezar un viaje cruzando una frontera natural, dejando atrás un país para internarse a pie en otro, siguiendo una traza que otros abrieron hace siglos.
No importa si el viajero va a hacer el Camino o no: Somport deja la impresión de ser un lugar donde algo comienza. El simple gesto de detener el coche, bajar, mirar y sentir el aire frío ya es, en cierto modo, una pequeña peregrinación.
Cómo llegar a este confín tranquilo
La manera más habitual es ascender desde Jaca, recorriendo el valle del Aragón. La carretera sigue el curso del río y atraviesa pueblos marcados por la montaña antes de ganar altura hacia la frontera. Desde Huesca o Zaragoza, trenes y autobuses conectan con la zona, llegando hasta Canfranc, desde donde la carretera continúa hasta coronar el puerto.
Desde Francia, la ruta del valle del Aspe sube lenta desde localidades como Bedous o Urdos, envolviendo al viajero en el paisaje antes de mostrarle el umbral de la frontera. En cualquier caso, conviene consultar la previsión meteorológica y el estado del puerto antes de subir: aquí la montaña manda, siempre.
Somport: el paso que sigue siendo paso
En un país lleno de lugares hermosos, Somport tiene algo que se recuerda sin querer: una mezcla de frontera, silencio y altura. Un sitio donde no ocurre gran cosa y, sin embargo, ocurre todo. Un punto exacto donde los Pirineos se abren y dejan pasar a quien se atreve a mirarlos. Tal vez por eso, quien lo cruza una vez suele quedarse con la sensación de haber atravesado no solo una cordillera, sino también una pequeña línea en su propia historia de viaje.





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